Tres mujeres
importantes para mí, se han mudado al reino del cielo. Vivieron muchos años
cada una pero también han tenido que soportar un calvario para abandonar este
mundo.
Magdalena Primo de
Tiberi, nació en Suardi al noroeste de nuestra provincia, en una chacra donde
sus padres vivían con su familia. Tuvo una infancia muy feliz, compartida con
hermanos y primos que se criaban como verdaderos hermanos. La mirada del abuelo
presidía la enorme mesa donde su esposa y
sus hijos , nueras y nietos, comían con alegría la abundante comida fatto in casa. De la quinta eran los
vegetales y hortalizas, del gallinero, los pollos, los huevos, los patos, los
gansos y todo bicho plumífero que se pudiera criar, del campo la carne de
ternera, de cerdo o de cordero y los cereales como el maíz y el trigo. Gracias
a Dios en esos tiempos no había soja transgénica ni nada que se le parezca.
Eran colonos, todos trabajaban un campo alquilado, desde los niños que tenían
destinados los quehaceres menores, como darle agua a los animales, sacando
desde el jagüel con un enorme balde, roldana y cadena, tirada a la cincha de un
caballo manso, cuidar los chanchos y las vacas en los potreros sin alambrados o
entrar la leña a la cocina, por ejemplo. Todos fueron a la escuela rural,
después las niñas estudiaron corte y confección, Magdalena se especializó en
ropa de hombres y al tiempo se casó con
su gran amor, Reynaldo. Sumaron su nueva familia a la gran mesa y así siguieron
hasta que el abuelo muere y las familias comienzan a independizarse y buscar
distintos rumbos. Magdalena y Reynaldo se quedaron en la casa familiar con otro
de los nuevos matrimonios, uno de sus hermanos y su cuñada, con quien tuvieron
siempre una relación como de verdaderas hermanas. Y casi se fueron juntas de
este mundo, con poca diferencia de años y siendo ya muy viejitas y lejos ya de
su pago natal, una en Las Rosas y Magdalena, aquí en El Trébol. Magda fue una
gran esposa y mejor madre, siguiendo a su marido vinieron a radicarse a Las
Parejas, donde nació José, su único hijo, mi amigo de juventud y razón de vivir
de sus padres y luego se radicaron en Las Rosas, donde falleció Reynaldo. José se casó muy joven con mi hermana Laura,
tuvo tres hijos, Marcelo, César y Claudia y falleció a los 57 años, dejando a
su madre desolada y sin ganas de seguir viviendo.
Pero la Magda
aguantó y siguió tejiendo y cosiendo para sus nietos y sus 5 bisnietos,
mientras esperaba oir los pasos de José que volvía de un viaje. Ella no lo vio
morir, porque él falleció hora después de salir llevando una carga para Sastre,
donde tuvo un infarto y allí mismo al pie de su carretón murió. Le había dicho,
chau mami, vuelvo a almorzar. Ella era su madre, su cocinera, su secretaria,
sabía todo sobre sus negocios y viajes y cuando supo lo que le había pasado, se
negó a asistir a su velatorio y sepelio. Dejó en manos de Pucky, la esposa de
José y de los hijos todos los trámites, solamente pidió que lo sepultaran en el
cementerio local, no en su panteón de Las Parejas, porque reconocía que su
familia directa seguirían viviendo aquí.
Lo recordó siempre
como cuando se fue de viaje, recién bañado, afeitado y con rico perfume, me lo
contó mil veces…me dijo chau mami y todavía espero sus pasos. Pero debió seguir
viviendo, se cuidaba mucho, era muy prolija y no quería molestar. Amaba a sus
nietos, especialmente al mayor, a Marcelo, a quien había criado con especial
cariño, por ser el primero. Luego vinieron César y Claudia, quienes le hicieron
ver los burros verdes, pero a quienes amaba tanto como a Marcelo. Eran su razón
de vivir, Marcelo fue su gran compañero, la cuidó mucho, hasta último momento,
aunque se le partiera el corazón al verla irse despidiendo de a poco de esta
vida.
La Nona Magdalena,
como le decíamos todos, era querida y respetada por todos los que la conocían,
nunca tenía una palabra de crítica para nadie, reservada pero atenta, nos
pasábamos horas charlando y contándonos anécdotas, yo para distraerla de pensar
tanto en José y para hacerla reír, le recordaba las bromas que le hacíamos a mi
hermana, a quien no le hacían gracia nuestras conversaciones y chistes.
Y un triste día su
cuerpo empezó a combarse, su columna a deformarse y dolerle muchísimo, pero
hasta que cumplió 90 años, caminaba con su andador. Le armamos una fiesta de
cumple en su casa, estuvo presente mi mamá, que también era su amiga y ya
estaba en silla de ruedas, su nuera, sus 5 nietos y sus parejas y yo, que junto
con César la fuimos convenciendo para que nos dejara homenajearla. Ella decía
que no tenía nada que festejar, pero esa noche estuvo muy feliz, apagó sus
velitas y recibió sus regalitos. Hasta el día de su muerte, ocurrida un año y
unos meses después, recordó con alegría su última fiesta de cumpleaños. Esta
mujer maravillosa se quedó dormida el 17 de julio de 2012, asistida por Pucky,
su nuera. Ahora descansa por fin en el panteón de sus padres, donde también
está su esposo Reynaldo, en el cementerio de Las Parejas, donde siempre nos
pidió que la lleváramos y adonde siempre me pedía que no dejara de acompañarla.
Y cumplí. La sigo extrañando Nona Magdalena! Pero se que está feliz junto a sus
grandes amores, allí donde siempre quiso ir, desde que su hijo fue llamado a la
presencia de Dios. Nos encontraremos, si Dios lo quiere, allá donde Uds están y
retomaremos la hermosa amistad que tuvimos en la tierra.
Blanca Rosa Cruz de
Buccino, fue la señora que cuidó de mis hijos
hasta que su enfermedad le impidió seguir ocupándose y preocupándose de
la vida de los cuatro. Mientras yo trabajé fuera de casa, élla se ocupaba de
todo, de hacerles el desayuno, enviarlos a la escuela, darles el almuerzo y
preocuparse de su salud y de su conducta. Los amaba pero no era permisiva,
sabía mantenerlos a raya, especialmente a Juan y Julián, los dos varones. A las
chicas las tuvo que cuidar menos, ya sea porque Mónica se casó muy joven o
porque Carina vino más tarde a nuestras vidas. Juan la bautizó Toto y así la
llamaron siempre.
Rosa había nacido
en Isla Verde en la provincia de Córdoba, eran tres hermanos que quedaron
huérfanos muy chicos y que fueron criados por una anciana, en su quinta en las
afueras del pueblo. Trabajó y sufrió frío desde chiquita, pero eran muy unidos
con sus hermanos y a su manera, fue feliz por estar con éllos, el mayor,
Roberto, a quien conocí cuando venía a visitarla y una mujer, Yolanda, a quien
fuimos a ver con Rosa a Buenos Aires.
Con su esposo José
Ignacio Buccino, son nuestros vecinos desde hace 38 años. Ellos tuvieron una hija, Erica que se casó
con Carlos y les dieron dos nietas, que viven en San Jorge. Hace muchos años
que Rosa estaba jubilada y disfrutaban con José de una vida tranquila de
jubilados, eran felices saliendo a pasear al campo con su camioneta y sus
perros. Siempre juntos, siempre atentos a nuestra familia. Un día Rosa enfermó
de una terrible enfermedad que le producía profundos dolores y lo que hizo
necesario hacerle complejos estudios, traslados azarosos y penosos
tratamientos. Los que no dieron el resultado esperado, porque la enfermedad proseguía su marcha
destructora. Más de un año de lucha a brazo partido, se hizo todo lo que fue posible.
Finalmente el horrendo cangrejo aniquiló las defensas de la que había sido una
gran luchadora y se fue a buscar la Paz verdadera, lejos del dolor y cerca de
la luz que su alma lastimada estaba necesitando. Su deceso se produjo el 19 de
junio de 2013, por la mañana, aunque no llegué a tiempo de ver su cuerpo por
última vez, la despidieron mis hijos, quienes siempre estuvieron como Carina
hasta el final y en su corazón los cuatro, siempre. Descanse junto a Dios,
querida Toto, que brille para Ud. La luz que no tiene fin. Mi familia y yo, estamos
eternamente agradecidos por todo lo que nos dio.
Zulema Catalina
Pissarello, se llamaba mi mamá, nació en el orden octavo de los 10 hijos que
tuvieron sus padres. Napolitana, su madre e hijo de genoveses, su papá. Era
bonaerense, nacida y criada bajo el manto santo de Ntra Sra. De Luján, allí muy
cerca, en Gral. Rodriguez. Vivían en un rancho de adobe, a dos aguas, bien
pampeano, tomaban agua de un pozo con balde, roldana y cadena. Eran pobres, su
padre era peón rural, trabajaba en el campo y su madre se las ingeniaba con su
huerta y amasando pan, tallarines, todas las pastas…tenía que alimentar a
muchas bocas. Los hermanos mayores trabajaban en lo que podían y le daban el
dinero a su mamá que lo invertía en comida, ropa y zapatos para que puedan ir a
la escuela. De carácter fuerte todos, crecieron algo resentidos con la rudeza
en que fueron criados, sin derecho a réplica, los padres siempre tenían la
última palabra o el último chirlo y a la cama sin chistar!
Zulema, trabajó
desde jovencita y así para hacerlo de niñera en una cabaña cercana, cuyo
administrador era de El Trébol, conoció a mi padre el encargado de cuidar las
vacas de raza que allí se criaban. El tenía 22 años y era alto y rubio, no era
bello, pero sí muy simpático y de ojos verdes. Mamá tenía 15 años y todos los
sueños por cumplir. Se enamoraron y a los 3 meses se casaron porque mi padre
quería volver a su pueblo y no quiso dejarla tan lejos. Mis abuelos estaban
contentos con mi padre, aunque mi abuela no estaba muy convencida de que se la
llevara tan lejos de su control matriarcal. Aquí nací yo al año y poco más de
haberse instalado en un tambo en Las Bandurrias. Desde ese tiempo no paró de
tener hijos, cada año y medio. Nacieron once, sobrevivimos 10, porque sufrimos
la pérdida de Raquel a los 8 meses de su nacimiento. Y aquí estamos ahora,
huérfanos, tras la muerte de nuestra madre ocurrida el 7 de mayo de 2013, a
escasos 8 días de cumplir los 84 años de su nacimiento, aunque siempre decía
cumplirlos el 20, porque así la habían anotado en el registro civil. Se amaron
mucho con papá, él se fue hace 42 años, élla no soportó la soledad y se casó en
segundas nupcias, no fue una buena decisión, pero finalmente quedó viuda, tras
13 años de ese matrimonio y volvió a ser élla misma, a ver a sus hijos y a los
nietos que fueron llegando, en completa libertad. Pudo al fin, vivir a su
manera, sin ataduras, libre para manejarse con su dinero y tomar sus propias
decisiones, no recibía órdenes de ninguna clase y así fue hasta los últimos
momentos de su vida. Desde hacía 3 años usaba una silla de ruedas, puesto que sufrió
la amputación de su pierna derecha por
una gran infección, pero siguió fiel a su genio y vivía sola, sin aceptar
compañías. Solamente dejó que alguien permaneciera con élla por las noches,
cuando comenzó a tener ataques de pánico y distintas fobias. Esto sucedió,
solamente 8 meses antes de su fallecimiento. En un año hemos perdido en mi
familia, a tres queridas mujeres. Tres
mujeres importantes en mi vida, Magdalena, Rosa y Zulema, les deseo que
descansen en Paz, por toda la eternidad y agradecida por todo lo que fueron
para mí, las llevo para siempre en mi corazón.
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